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BUENOS AIRES, MARZO 2013
ALBERTO LAISECA
¿Cómo se hace para saber quién está vivo y quién está muerto?
Claudio Magris, A ciegas
¿Estás contento? (La hija de Kheops, p. 277)
¿Con las cosas en general? [Pausa] ¡No! Me pasan demasiadas cosas jodidas. [Silencio]
¿Se entiende el porqué de la desesperación? (Los sorias, p. 24)
Yo lo entiendo, sí… [Risas] Porque miro las cosas que me pasan. Y me desespera no poder cambiarlas. Ni solucionarlas. Cada tanto he podido solucionar algo y eso me hizo muy feliz, pero… Son felicidades que duran poco tiempo, lamentablemente. [Silencio]
¿Por qué dices he visto, maestro Lai? (La mujer en la muralla, p. 273) ¿Qué cosa viste? (Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati, p. 75)
A los del otro lado, a los muertos. ¿Tú no los ves? [Pausa] ¿No? Pues no sé si envidiarte… [Silencio] Se te aparecen… ¡Los ves aunque no quieras! Pero… si están al lado tuyo. ¡Me extraña mucho que tú no los veas! [Risa]
¿Visiones? (La hija de Kheops, p. 244)
Sí, los veo. Y los escucho. Cada vez hay más. Entonces se te hace todo muy difícil. Ah, ellos hablan todo el tiempo… ¡Pues claro que los veo! ¡Sí! Es fácil. Hay tantos y están tan acá... ¡Que vaya si los ves si quieres! [Risas] El problema es que la gente cree que se protege no mirando… Pero eso es mentira. Si no los ves te atacan igual. Y mientras mejor persona seas más van a atacarte. Son enemigos del bien. [Silencio]
¿Te has dejado poseer por la Diosa de la Locura? (La hija de Kheops, p. 245)
No, no… No. [Silencio] Te confieso que hubo una época muy lejana en la cual estaba bastante loquito. [Pausa] Haber estado loco y salir de ahí tiene una cosa muy buena: ¡que nunca más vas a estar loco! ¡Nunca! Porque ese lado ya lo conoces. Es horrible… ¡Nunca más!
¿Y después? (Su turno, p. 90)
¡Vivir! [Pausa] ¡Vivir, tío! [Silencio]
¿Qué puedo esperar de los demás? (Su turno, p. 45)
En general, la traición, pero…, con toda honestidad, no creo que sea siempre así. Creo que no. Sería muy feo de MI parte pensar eso. Ahora, la traición inesperada, imposible, la he conocido de cerca. Una vez un tipo que ya murió me dijo: “Lai, lo que más abunda en este mundo es la traición y la muerte”. [Pausa] Ese tipo me traicionó. [Risas]
¿Y las mujeres? (Su turno, p. 66)
Hubo una sola que me quiso matar… ¡No, miento! ¡¡Dos!!
¿Las chicas qué esperan? (La mujer en la muralla, p. 187)
¡Ah! [Risas] La compañía y la felicidad… ¡Qué pretencioso! [Risas]
Pero ¿por qué, o cambio de qué? (La mujer en la muralla, p. 177)
Todo es una cuestión de alimentos en este mundo. No tanto de dinero como de alimentos. Si a mí me gusta el alimento que tú me ofreces… me quedo contigo. Si no me gusta me voy. [Risa] ¡Sí!
¿Piensa huir? (La mujer en la muralla, p. 56)
Yo no huyo nunca. Estaba pensando más bien en las mujeres.
¿Por qué la gente será tan aburrida para coger y, sobre todo, por qué dirá tantas mentiras? (El gusano máximo de la vida misma, p. 18)
Para tapar su vacío. [Silencio] Para tapar su vacío.
¿Cómo puedo describir el coito? (El gusano máximo de la vida misma, p. 136)
Una vez, un amigo mío que ya murió ―con el cual me peleé y cuando me enteré que se había muerto empecé a rebobinar y a arrepentirme de haberme peleado tanto con él y a preguntarme si él se lo merecía― me dijo: “Coger para mí es una fiesta”. Y eso es el coito para mí. Si no es eso no es nada. Pones ahí la fantasía, el falso sadismo ―sadismo de mentirita, cuidado. Y la mujer a veces cuando es piola te ofrece su falso masoquismo. [Risas] Ni tú eres sádico ni ella es masoquista, pero ambos lo simulan para mejorar la cosa, para hacerla más entretenida. [Pausa] ¡Inventar! Todo el tiempo hay que inventar... Sino ahí sí es un aburrimiento. [Silencio] Porque sólo la imaginación, en algún momento, nos va a salvar la vida. Sólo la imaginación. Y ninguna otra cosa.
¿Sabes cuál es la peor desgracia que puede ocurrirle a un hombre? (La mujer en la muralla, p. 112)
¡Son tantas que no sé! En Vietnam, por ejemplo, ocurrieron todas las desgracias. ¡Todas! Desde vos hacer feas cosas y que te pareciera lo más natural del mundo ―porque lo aprendiste del enemigo, además―, hasta quedar castrado, ciego, desfigurado, sin brazos, sin piernas… O si no, volver entero físicamente, pero no olvidarte jamás de lo que pasó ahí. Nunca. Ni siquiera el mediocre se olvida de lo que vivió ahí.
Mira, te voy a contar una cosa que sabe poca gente. Una vez, hace bastantes años, alguien estaba interesado en construir una historia sobre Vietnam y empezó a hacer reportajes a veteranos. Algunos de esos veteranos eran ejecutivos, estaban casados, con hijos… ¿A qué no sabes qué le dijeron unos cuantos? [Pausa] “Sí, yo soy un hombre respetado en mi empresa…, y espero seguirlo siendo, ¡claro! Estoy muy contento con mi mujer y mis hijos… ¡desde luego! ¿Pero sabes qué? Lo daría todo por estar otra vez una hora en Vietnam… Porque fue el único lugar donde sentí intensamente”.
¡Qué vida de mierda habrán tenido para decir eso! [Risa] ¡¡Qué vida de mierda!! Tipos que volvieron vivos, sanos y jóvenes y consiguieron una muy buena posición social, mujer, hijos… ¡Todo! ¡Una casa! Como la que tienen los norteamericanos… ¡Y después va y te dicen esto!
Claro que si yo hubiera estado en Vietnam y vuelvo sano y vivo no te daría una contestación así. Te daría otra contestación, ¡pero esa no! Pero esto es porque yo no soy un mediocre. Yo para sentir intensamente te puedes imaginar que no necesito estar una hora en Vietnam.
¿Adónde va a parar el pasado? (La mujer en la muralla, p. 246)
El pasado está muerto. [Pausa] Por eso es que jamás podrá ser construida una máquina del tiempo. A pesar de que algunos científicos dicen que alguna vez cuando se domine la tecnología vamos a poder viajar al pasado, eso no es cierto. Porque no se puede viajar a lo que está muerto. Solamente hay memorias, eso sí. En el Universo están las memorias de todo lo que ocurrió en la creación, también acá. Todo. Está todo. Pero está muerto. Son sólo memorias, no es que siga viviendo. Tú puedes construir un automóvil que recorra toda Europa –o hasta que se te termine la nafta–, pero eso es porque Europa existe. De nada te serviría construir un automóvil si Europa fuera agua. Bueno, eso es el pasado. Es como pretender andar en automóvil sobre el agua, ¿verdad?
¿Entonces? (La hija de Kheops, p. 25) ¿Cuál es el misterio? (La mujer en la muralla, p. 22)
El misterio es vivir ahora. [Pausa] Eso es solamente: vivir ahora. El Paraíso terrenal es hoy. Aunque, eventualmente, también pueda ser Infierno, hoy. [Pausa] Pero si hay Paraíso es hoy, no de Ultratumba. ¡Ojo! Creo en la Ultratumba…, pero es otra manera de estar, donde no se puede cambiar nada del mundo de los vivos.
¿Qué puede ser más natural que lo sobrenatural? (Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati, p. 78)
No, escucha, mientras yo esté vivo voy a defender la naturaleza de la cerveza y de las tetas… Tetas y cerveza. ¡Sí! Un tal Enrique, se dice, dijo “Mi reino por un caballo”. Yo digo “Mi reino por un par de tetas”. Y un vasito de cerveza si fuera posible, si no fuera mucho pedir, ¿no? ¡Pues claro!
¿Nos atreveremos a contar el horrible secreto? (Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati, p. 126)
[Silencio]
No, porque si tú cuentas el horrible secreto, el horrible secreto va a matarte. Es muy poderoso, el horrible secreto. Y es siempre gobernado por el Príncipe de las Tinieblas, en cuya existencia creo. Sí. [Silencio] Lo lamento, pero a veces no puedo dar contestaciones bonitas. [Risas]
¿Quién con más derechos que vos a ser feliz y poderoso? (El jardín de las máquinas parlantes, p. 483)
¡Ah, pero la felicidad no es un derecho! Es una conquista que se basa antes que nada en la buena suerte. Tienes que tener mucha buena suerte. Sí. Mucha buena suerte. El merecimiento, el amor y el habérselo ganado no son bienes de cambio. Así que a cambio de todo eso pueden darte nada. [Risas] Porque si dijera: pueden no darte nada, doble negación, diría que pueden darte algo… [Silencio]
¿Eres taoísta? (La mujer en la muralla, p. 170)
Yo he estudiado el Tao desde los veinte años. No sé cuántas veces he leído el libro del Tao. Siempre digo, más lo leo, menos entiendo. [Risa] No es que no lo entienda, sí entiendo. Lo que pasa es que no puedo compaginarlo con la vida cotidiana. Por ejemplo, cuando Lao-Tsé sostiene el principio de la ocultación. El sabio usa ropas burdas, pero lleva jade entre los pliegues, dice. Nunca ostentar: ni lo que uno es acá, ni las riquezas físicas que tiene. Pero es uno de los tantos principios taoístas. Y eso me ha puesto a mí en un intríngulis desde siempre, desde la primera vez que lo leí. Porque… Yo no soy comerciante minorista, pero ¿por qué no podría serlo? ¡No estoy en contra de los comerciantes minoristas! Cualquier bolichero sabe perfectamente que para vender tiene que exhibir toda su mercadería… Más de uno, y esto sucede todos los días, y más de tres y más de cuatro entran a comprar, no sé, ¡salchichas y queso!, y de repente ven ahí colgada no sé qué cosa y… “¡Ah, me olvidaba…, también necesito trescientos gramos de…!”. Entonces, el comerciante minorista tiene que exhibir sus cosas. No puede llevar jade entre los pliegues, quiero decir. Entonces, ¿cómo hacemos? ¿Cómo conciliamos el taoísmo con la vida diaria?
Pero, querido amigo, no hay doctrina que no tenga sus pros y sus fallas. Te vas a encontrar con problemas con cualquier doctrina que sigas al pie de la letra. Toda doctrina fuerte y poderosa va a darte mucho: mucha sabiduría, hasta métodos de vida… Pero después va a empezar a quitarte, también. [Risas] Ése es el problema.
¿Y con qué escuela o tendencia te sentís más identificado? (El artista, p. 83)
No, con ninguna, porque como ya te dije no hay escuela o tendencia que no haya tenido fatales errores. “Yo soy tal cosa” [Risas] Es muy cómodo, lo reconozco. A mí también me gustaría poder decir “Yo soy esto”. Porque entonces ya no estoy solo, pertenezco a un grupo… ¡Claro! Pero no… ¡Mucho-me-temo-yo-esté-solo! [Silencio] Es más difícil, pero es más honesto.
Los nazis, por ejemplo, estaban chochísimos de ser nazis… ¡Porque pertenecían a algo! No les importaba ser unos asesinos… [Risas] “Yo seré asesino pero por lo menos pertenezco a algo”. ¡Al Partido Nacional-Socialista! [Risas]
No, eso de la pertenecía es una cosa muy horrible. ¡Muy horrible! ¡Tremendamente peligrosa…!
Maestro Lai, ¿qué piensa hacer? (La mujer en la muralla, p. 322)
Oye, tío… Lo que pueda. Quiero cosas, pero no sé si voy a tener ayuda suficiente como para poder lograrlas. [Risa] Yo haré lo que pueda.
¿Por qué no me dices la verdad de lo que te pasa? (La mujer en la muralla, p. 189)
No, eso no. Si yo te digo la verdad de lo que me pasa, tú no te vas a enriquecer, pero yo sí voy a empobrecerme. Entonces, ¿para qué hablar?